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Pedro Gómez Barrero, de la teoría a la práctica


Foto: @URosarioRadio


Homenaje a un gran constructor de sueños (1929-2023)


Capítulo 4 del libro "Con o sin título" de Juan daniel Correa Salazar y pedro lópez cuellar(Editorial CESA, 2013)


Hacer una investigación se parece un poco a la tarea de los detectives: seguimos huellas y atamos cabos para llegar a una conclusión. Así, como en las historias de Sherlock Holmes, se nos dio por pensar que para descubrir la respuesta a nuestras preguntas sólo teníamos que seguir las pistas. Los lectores recordarán que en nuestro primer encuentro estábamos desayunando en el comedor de la casa de Jean Claude Bessudo. Pues bien, las ventanas de ese comedor son una réplica de las ventanas de otra construcción que está ubicada al frente del Hotel Casa Medina de Bogotá, y es ahí donde se desarrolló la conversación de este capítulo.


Llegamos después de correr bajo el sol de las once, pensando cómo podríamos incluir nuestras carreras dentro de los capítulos de este libro para demostrar nuestro garbo. Paramos en la puerta, dijimos que teníamos una cita y nos hicieron seguir. Ahora estábamos en el segundo piso, detrás de las famosas ventanas, y ahí esperamos. Un minuto después nos encontramos con Pedro Gómez, este empresario que ha elevado torres y torres haciendo ciudad, y dejando en algunas de ellas la marca de un anagrama con sus iniciales. Pues no es coincidencia que cuando nos hicieron pasar a su oficina encontráramos a don Pedro firmando documentos. Sin duda es un hombre que deja huella.


No lo pensamos dos veces y empezamos con las preguntas: —¿Para usted qué es La Felicidad?


—(Ríe un momento y responde) Es una urbanización muy importante, una ciudadela que estamos construyendo en Bogotá. Cuando se nos ocurrió ponerle ese nombre, naturalmente estábamos pensando en un lugar para llegar al estado de ánimo en el que uno se siente pleno, realizado, se siente viviendo como quisiera vivir.


La Felicidad es uno de sus proyectos más recientes, al cual se ha podido llegar después de muchas otras obras terminadas, unas victoriosas y otras de duro aprendizaje. Así vemos que para llegar a La Felicidad hace falta pasar por muchas etapas y aprender muchas cosas.


Vayamos al inicio. Para esto tendríamos que dar el primer paso en Cucunubá y es ahí, en una familia cundinamarquesa, donde encontramos las primeras enseñanzas de este capítulo.


Estas lecciones no siempre se encuentran escritas en las bibliotecas, y si ahí están, “No se las enseñan a uno con la cátedra sino con el ejemplo”. Fue así que la familia Gómez Barrero le enseñó al joven Pedro las lecciones de honradez, respeto y solidaridad que, según nos contó, después aplicaría a través de su empresa.


En el colegio descubrió que entre las matemáticas y las humanidades él se inclinaba más por las segundas y fue así que empezó a pensar en estudiar Derecho, esperando algún día hacer justicia, no desde una firma de abogados sino desempeñando la labor de juez. Lo logró, fue juez en Bogotá y del circuito de Facatativá. Ahí comprobó que tampoco en este ejercicio se sabe todo desde el comienzo ni se aprende todo desde la universidad:


Me hacen confesar algo terrible. Me acuerdo que cuando comencé a trabajar como juez llegué al despacho, me encontré ante una cantidad de expedientes y el secretario me pasó los que eran de más urgencia. Tomé uno que era un juicio ejecutivo. Lo leí: la demanda estaba muy bien hecha, bien formulada, la prueba era clara, todos los elementos se daban para ordenar el pago y dictar el auto ejecutivo. Y bien, tomé un papel sellado, lo puse en la máquina de escribir y fui a redactar el auto… ¡Y no sabía cómo comenzar! No sabía qué decir para iniciar. No tenía ni idea si comenzar por la fecha, o si empezaba diciendo: juzgado tal, o “Yo, juez tal”, no tenía ni idea.


Para no dejar que los empleados conocieran mi falla me tocó coger otros expedientes y mirarlos para saber cómo lo habían hecho otros jueces y así empezar a escribir el auto ejecutivo. Lo que quiero decir es que uno de la universidad sale con muy buenos conocimientos, pero sin la práctica necesaria.


Fue en la práctica donde aprendió y profundizó algunos de los elementos que sólo se le habían presentado como teorías en la universidad, y esto no solamente ocurrió ejerciendo como juez, también sucedió en lo que sería su trabajo como empresario. Los “semestres” de esta carrera los hizo como personero en Bogotá, director del Departamento de Valorización y como gerente de la empresa de urbanización y construcción que es hoy Fernando Mazuera y Compañía. En estos semestres se estudia, claro que sí, pero no por las notas o por los títulos, lo importante es aprender para poner en práctica estos nuevos conocimientos: “Más allá de la universidad, tuve que dedicarme a estudiar sobre la cuidad: ¿en qué consiste?, ¿cómo se forma?, ¿por qué crece?, ¿cómo se deteriora la cuidad? y ¿cómo se puede renovar? El tema me encantó”.


Posiblemente, sólo después de estas etapas le fue posible graduarse como Pedro Gómez S.A., como Pedro Gómez el constructor. Antes, sin esta larga serie de experiencias, no habría sido posible. Cuando le preguntamos de quién había recibido su educación como empresario contestó con claridad: “De la vida”. Pues resulta que esta escuela, la de la experiencia, da las lecciones con mucha más fuerza que la de los famosos pellizcos de las monjas o las calificaciones de cero con cero: “En la empresa, mi mayor lección fue la crisis del final del siglo pasado. Una crisis financiera sumamente severa que nos castigó terriblemente; tanto, que perdimos el patrimonio que habíamos formado en treinta años de trabajo. Una situación realmente angustiosa”


Para referirse a este momento Pedro Gómez habla de boxeo y explica cómo el golpe de esa crisis fue como el derechazo que le pegan a un pugilista en la mandíbula. Sin embargo, la lección no está ahí, está en el hecho de comprobar que si bien un golpe lo puede dejar a uno grogui, eso no significa que uno quede noqueado; puede y debe levantarse.


Y si de hablar de lecciones se trata, suponemos que este hombre es el indicado para compartir varias con nosotros; sin embargo, su respuesta empieza con una salvedad: “No conozco las teorías de la administración empresarial”. Pero no por esto deja de compartir con nosotros algunos de los aprendizajes que ha reunido a través de los años. El primero, relacionado con su vivencia de la crisis: “La empresa está sometida en una gran parte a los vaivenes y las oscilaciones del mercado, y es necesario tener en cuenta esas posibilidades para prevenirlas y cubrirse apropiadamente”.


Después, y dirigido especialmente para los estudiantes, afirma: “Lo que me parece clarísimo es que cualquiera que haga empresa y cualquiera que sea la situación hay que planear, hay que programar y hay que tener muy buenos controles para que esos planes y programas se cumplan”. Hasta ahí lecciones de administración. Ahora, algunas lecciones sobre lecciones.


En este encuentro también hablamos de educación, otro de los temas centrales en la vida de nuestro entrevistado y de la Fundación Compartir. Así llegamos a la relación entre la universidad y la empresa, y sobre esto Pedro Gómez nos habló de cómo a veces no se sabe desde afuera de los claustros qué se está pensando ahí adentro y cómo, también, en los salones a veces se ignora lo que se necesita en las empresas. Es por eso que estas dos entidades deben estar en contacto.


Al fin y al cabo la empresa está necesitando que las universidades produzcan unos profesionales con una determinada orientación y unos determinados conocimientos, pero la universidad no sabe qué es lo que está requiriendo la empresa. A su vez, la empresa no sabe de qué manera debe apoyar a la universidad para que produzca esos profesionales. Por eso a mí me parece inteligente que en la dirección de las universidades haya un núcleo amplio que esté en contacto con los temas de la universidad y que también esté muy en contacto con la sociedad y la empresa. Es importantísimo que esto sea una llave, una falleba que conecte a la universidad con la vida real, que esté llevando las inquietudes de las empresas a la dirección de la universidad y que esté comunicando a los empresarios y al resto de la gente cómo se vive allá adentro, cuáles son sus problemas.


Mientras terminaba esta frase entró una secretaria para anunciar que las personas de la siguiente reunión ya estaban presentes, pero aún así el entrevistado nos regaló unos minutos más. Es por cosas pequeñas como esta que nos damos cuenta del interés que le pone Gómez Barrero a la educación en Colombia; y no solo a las universidades, su interés se centra en otros puntos:


No creo que pueda dar una opinión general sobre las universidades, pues cambian mucho según cada institución y cada país. Lo que sí creo es que se ha venido progresando mucho en la calidad de la educación porque se ha venido progresando mucho en la calidad de los maestros, y el maestro es la clave. Hay universidades que tienen en sus maestros un nivel académico como el de las mejores del mundo: una proporción de magíster y de doctores muy importante, y eso implica que la calidad de la enseñanza es mejor. Es importantísimo para el desarrollo del país que mejore la calidad de la educación superior, pero el problema principal está en la educación básica. Ahí encontramos que para la inmensa mayoría la calidad de los maestros es muy pobre y es por eso que reciben una educación mediocre que crea una gran diferencia que entre esas personas y las que reciben una buena educación. Se produce un desequilibrio extraordinario: unos tienen la posibilidad de tomar las mejores posiciones económicas y de empleo y otros no alcanzan casi a nada porque apenas logran leer sin entender mucho lo que leen. Esa es la fuente de la inequidad que hay en el país. Por eso el esfuerzo que tenemos que hacer es para mejorar la calidad de la educación que recibe la mayoría.


De nuevo nos queda claro que si bien es común poner las miradas en las personas que salen de las universidades, no se puede dejar atrás el hecho de que una educación anterior resulta a veces más importante que los títulos de profesional o de doctor. Es en la educación básica en donde se ven algunas de las mayores diferencias y donde se produce el desequilibrio. Es por esto que en esta educación se centran algunos de los esfuerzos de la responsabilidad social de Pedro Gómez.


La responsabilidad social es simplemente el cumplimiento de los deberes con la familia grande, ante todo con las personas que trabajan con uno y alrededor de uno. Ahí comienza la responsabilidad social. Además, es la responsabilidad por preservar el medioambiente —una estrategia fundamental pero que no siempre se capta y no se practica— y colaborar para superar las deficiencias de la gente que está en situación de desventaja.


Se me hace importantísimo, desde el punto de vista de los empresarios, tener la decisión de dedicarle alguna parte del tiempo a pensar, planear y hacer cosas para los demás.


Se nos acaba el tiempo. Nos levantamos de las sillas y nos despedimos. Ya se notaba que era el momento de salir pero no queríamos dejar de hacer una última pregunta: —Además de esta responsabilidad con “la familia grande” ¿qué lección resaltaría de las que aprendió con su propia familia?


—Como yo tengo hijos mayores y una niña menor, con el tiempo me di cuenta que le dediqué muy poco tiempo a mis hijos mayores. Muy pocas veces les ayudé hacer las tareas o me preocupé por ver el avance que estaban logrando en el colegio. Aún más, poco tiempo le dediqué a jugar con ellos. Y eso lo vine a descubrir con motivo de mi última niña con la cual he podido participar más en su formación y su educación. La enseñanza es: que por ocupado que uno sea tiene que hacer tiempo para los hijos, en todo sentido.


Ahí sí salimos. Don Pedro Gómez se nos adelantó para llegar a la reunión. Recogimos nuestras cosas, nos despedimos, bajamos por las escaleras y regresamos a la calle. Eran las doce del día y el sol seguía cayendo con fuerza. De vuelta pensamos en lo que se había aprendido. Definitivamente, los ejemplos sobre la diferencia entre la teoría y la práctica fueron muy dicientes: pasamos cinco años aprendiendo lo necesario para ganar un título, pero a veces, cuando salimos a la práctica encontramos que no todas esas teorías nos sirven para llenar las hojas en blanco o para adelantar nuestros proyectos. Y es ahí, cuando nos enfrentamos a la práctica, donde empiezan los otros semestres de aprendizaje.


Esto está íntimamente relacionado con otro punto: si se quiere que los aprendizajes teóricos sean una respuesta a las necesidades del sector empresarial, debe haber una relación cercana entre estos dos espacios. Así, si las empresas y los centros de educación se retroalimentan, unos sabrán qué se está viviendo y qué se necesita en el otro lado. Con esto, el salto al agua que se da cuando se empieza la práctica no será tan duro, no terminará en un planchazo.


©2013 CESA

Juan Daniel Correa Salazar y Pedro López Cuellar


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