EL MISTERIOSO GATO NEGRO
- musicacreativacol
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Por: Hember J. Saavedra
@hember.j.saavedra
@musica_creativa_de_colombia

Esta, es una historia de ficción. Un tributo a Edgar Allan Poe y su obra: El Gato Negro.
Mi nombre es Mike Henson, soy músico y he vivido en Songcity toda mi vida. Y hoy vengo a contarles mi anécdota.
He visto gatos de todo tipo, sin pelaje, braquicéfalos, blancos, negros e incluso de una mezcla de colores. Pero nunca, jamás, había visto aquel gato negro de ojos rojos y tampoco uno similar en su mirar y su peculiar manera de actuar. Porque seres como ese no son comunes; pocos así nacen en este mundo.
Iba yo a caballo por el Monte El Olivo en medio de la noche, cuando de pronto, en un lugar remoto del camino decidí bajarme de la bestia en la que andaba: un frisón de pura casta. Di algunos pasos y me acerqué hacia lo que parecía un animal doméstico. Prendí la lámpara y abrí los ojos al verlo. Y, sorprendido de ver aquel bello felino, le hice un ademán con mi sombrero y regresé al caballo en medio de la niebla y el frío nocturno que erizaba mi piel y congelaba mi sangre.
Lo que no me esperaba era que aquel extraño ser me siguiera hasta el caballo. Fue una grave impresión la que me causó el suceso. Tanto así que fue como ¡presenciar mi propia muerte! Como encontrarme con el ¡mismísimo diablo! Como morir, para luego “existir” como un espanto en otro plano de la realidad.
Aquel molesto gato no nos cedía el paso. Se posó de frente a nosotros. Me subí al caballo. Iba a soltar la rienda, pero la primera acción que llevé a cabo fue decirle, exaltado, ¡fuera!;aunque no sirvió de nada. Después, cuando por fin me decidí a emprender el camino nuevamente, el caballo levantó del suelo sus dos patas delanteras y rebuznó como un burro. Yo, por supuesto, casi caigo de espaldas en un monte donde abundan las piedras afiladas por las lluvias de los siglos.
Siempre preferí los perros a los gatos. Pero este gato era diferente. Había algo en aquel gato misterioso que llamó mi atención desde el principio. Yo, asombrado, vi sus ojos rojos que parecían iluminarse en medio de la noche, y su negro pelaje se camuflaba con la obscuridad. Había instantes, cuando lo observaba de frente que sus ojos parecían cuencas en lugar de
ojos… como si se apagasen y luego resplandecieran, de repente.
Después de unos minutos, impávido, perplejo, anonadado y sintiendo un helaje que me carcomía poco a poco hasta el tuétano, halé la rienda hacia un lado y la solté al máximo.
Esta fue la única forma de escapar de aquel demonio. Fue así como logramos huir.
—¡Hasta nunca gato del infierno! — le grité, asustado e impresionado.
Pero varios metros adelante me ganó la curiosidad y detuve al frisón de nuevo.
Y allí estaba el terco y espantoso animal. Se sentó de nuevo, justo en frente de la bestia y de mi persona. Se encontraba mirándonos fija y agresivamente...
Silencioso, más salvaje y feroz que un jaguar, se lanzó hacia mi rostro de un salto y hubo un forcejeo hasta caer del caballo o, hasta que caímos al rocoso y atestado monte de ortigas, muy comunes en las zonas verdes de Songcity. Fue tal la comezón, que por un breve instante mi caballo y yo nos desprendimos de las cientos de ortigas de un salto, como si flotásemos en el vacío, como si no existiese la gravedad, y ni hablar del maldito gato, que luego del ataque se escondió entre la maleza en lugar de escabullirse. ¡Qué rareza de la naturaleza animal!
De pronto, me encontraba forcejeando con el espeluznante gato negro obsesivo y endemoniado, de ojos rojos como dos uvas envenenadas y de pelaje que resplandecía incluso bajo la tenue luz de la luna. Y, en medio de la batalla, logré ahorcar al malnacido que chilló casi de forma gutural. Sujeté su cuello con mis dos manos, cada una en dirección contraria y con vehemente fuerza, le retorcí el cuello.
Así fue como me aseguré de que no interrumpiera más mi camino.
No era la ayahuasca que había tomado antes de encontrármelo. No era un producto de mi imaginación. No era una pesadilla de la cual despertara, y tampoco era un animal corriente. Era un poseído y terrorífico gato negro que ya no me molestaría jamás.
El misterioso gato ahora se hallaba muerto, donde ya no podrá seguirme el rastro, a menos de que, esta vez, ¡me lo encuentre en el infierno!
Escrito por: 🎸Hember J. Saavedra (31) – Guitarrista y estudiante de Literatura en la Universidad Autónoma de Bucaramanga. Entre acordes y palabras, explora nuevas formas de contar y sonar.